El Curso
Organizado por el Club Cultural de la Demarcación de Madrid del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, y continuando nuestra tradición de los últimos años, vamos a desarrollar proximamente un Curso de Ópera que hemos titulado «El Otoño de la Ópera Italiana».
El Curso se compone, inicialmente, de 8 Temas y se va a desarrollar online, dado que las circunstancias sanitarias que estamos viviendo nos impiden las habituales clases presenciales. En función del interés de los asistentes, tenemos previsto ampliar el Curso en algunas clases más.
Para poder asistir, es necesario el registro previo en la Web de la Demarcación: caminosmadrid.es El Curso se impartirá mediante la Plataforma Zoom, todos los jueves de 18:30 a 20:00, comenzando el 8 de octubre de 2020.
El Curso, al ser telemático online, está abierto a todos los interesados, con independencia de su pertenencia o no al Club Cultural Caminos.
Esta serie de Post es complementaria a las Clases y pretende:
- Añadir alguna información complementaria que no puede darse en las clases, por limitaciones de tiempo.
- Crear un lugar de debate y comentarios, con objeto de progresar juntos en el conocimiento del mundo de la ópera y compartir así nuestra afición.
- Suministrar algunos ENLACES útiles para los asistentes al Curso y para los Visitantes de este Sitio.
- Dar acceso a los Visitantes de este Sitio a la información más relevante que se suministra en el Curso online.
NOTA: Los videos de YouTube, o de otras procedencias, así como las fotografías incluidas en estos Cursos, proceden de la RED y se están utilizando con fines educativos exclusivamente.
Programa
El Curso se dedica al Otoño de la Ópera Italiana, un período muy concreto de su historia, entre 1890 y 1915, en el que se produjo un momento de extraordinaria creatividad y éxito comercial, cuando parecía que se estaban acabando los 300 años de hegemonía italiana en el mundo de la ópera.
Todo comenzó con la legendaria première de la ópera de Mascagni Cavalleria Rusticana, el 17 de mayo de 1890, ópera en un acto que, en poco tiempo, se convirtió en un éxito mundial. Nacía así el Verismo, un Movimiento operístico que se puso de moda en Italia a gran velocidad. Lo interesante es que había un grupo de compositores jóvenes, conocidos como la Giovane Scuola, que frisaban los treinta años en ese momento, y que estaban preparados para coger el relevo del maestro Verdi. No todo será Verismo, pero sí habrá elementos estilísticos comunes entre ellos.
Hemos seleccionado un puñado de óperas de esos compositores de la Giovane Scuola para, a través de ellas, contar lo que fueron esos años y tratar de entender lo que significó ese momento en la ópera italiana. Algunas de las obras elegidas son muy conocidas y continuan vigentes en el Repertorio al día de hoy, sin embargo otras han caído en el olvido o no se representan casi nunca.

Al mismo tiempo, pretendemos que este Curso nos aproxime a esos autores de la Giovane Scuola y lo que significó esa notable generación de músicos, de la que sobresalió uno, Giacomo Puccini, universalmente conocido, pero que, aparte de sus grandes cualidades innatas, no fue un genio aislado sino el producto más depurado de su entorno musical. Por ello, a Puccini sólo le dedicamos una clase, ya que lo estudiamos como parte de un todo, además de que ya hicimos un Curso presencial específico sobre él, en 2018, y hemos dedicado algunos Post de este Blog a varias de sus obras.
En definitiva, las óperas elegidas (agrupadas en la forma en que las estudiaremos en las Clases) son las siguientes:
- Cavalleria Rusticana, de Pietro Mascagni
- L’amico Fritz, de Pietro Mascagni
- Loreley y La Wally, de Alfredo Catalani
- Pagliacci, de Ruggero Leoncavallo
- Manon Lescaut, de Giacomo Puccini
- Andrea Chénier, de Umberto Giordano
- La bohème y Zazà, de Ruggero Leoncavallo
- Adriana Lecouvreur, de Francesco Cilèa
- (Iris, de Pietro Mascagni)
- (Fedora, de Umberto Giordano)
- (La amore dei tre re, de Italo Montemezzi)
- (Francesca da Rimini, de Riccardo Zandonai)
Las 8 Clases programadas inicialmente se las dedicaremos a los Temas 1 al 8, mientras que los 9 al 12 los dejamos para posibles ampliaciones del Curso, en función del interés de los asistentes telemáticos.
Existirá un Post específico para cada una de las Clases, que incluirá las Informaciones complementarias y los Enlaces mencionados más arriba.
El Otoño de la Ópera Italiana: Giovane Scuola y Verismo
La Unificación de Italia y la ópera
El período comprendido entre 1861 y 1890 es una época crucial para la nueva Italia, que acaba de nacer. En la mañana del 26 de octubre de 1860 Garibaldi se encontró con Vittorio Emanuele II, rey de Cerdeña, y enseguida rey de la Italia “reunificada”, en los alrededores de Teano, a unos kilómetros al Norte de Nápoles; se abrazaron y Garibaldi le entregó simbólicamente el reino de Nápoles, que había conquistado después de una campaña de 5 meses, desde su desembarco en Sicilia. Todavía faltaban casi 10 años para conseguir entrar en Roma, venciendo las resistencias del Papa, pero la batalla por la Reunificación de Italia estaba llegando a su fin.
Sin embargo, y como decía el líder del Risorgimento, Massimo D’Azeglio, “Hemos hecho Italia, ahora debemos hacer los italianos”. Serán unos años apasionantes, que desanimarán a muchos, porque la nación italiana era más una idea, un sueño, que una realidad: ahora tenían un rey y una bandera, y poco después un parlamento, un ejército y una moneda común, pero compartían pocas cosas más.
Curiosamente, uno de los valores compartidos por todos los italiano era la institución de la Gloriosa Ópera Italiana. A lo largo del siglo XVIII la ópera quedó establecida como el arte nacional por excelencia, y se convirtió en una industria, con autores, libretistas, cantantes e instrumentistas, que se exportaban y podían actuar y triunfar en Londres, Madrid, Hamburgo, París o San Petersburgo.
Posiblemente, la Edad de Oro de la Ópera Italiana, corresponde a la primera mitad del siglo XIX, desde 1810, cuando Rossini aparece en escena, y al que Stendhal, pocos años más tarde, lo llega a considerar el nuevo Napoleón que domina Europa. A Rossini le siguen Bellini, Donizetti y el primer Verdi, todos ellos con obras maestras que se quedarán, hasta nuestros días, en el Repertorio de los Teatros de Ópera europeos, y enseguida de los americanos, de los del Norte de África y hasta de los de Australia.
La época de Rossini, y en gran parte la de Bellini y Donizetti, coincide con la restauración de la aristocracia después de la dominación Napoleónica. Los nuevos teatros de ópera proliferan en Italia y aunque son lugares liderados por la aristocracia, sin embargo hay sitio, en las localidades más baratas (las de los anfiteatros y galerías), para el pueblo llano. Podemos decir que, al menos en la Italia urbana, la Ópera es una experiencia casi universalmente compartida.
Sin embargo, muchas cosas cambian con la Reunificación. Aunque el nuevo régimen sigue siendo una Monarquía, los aristócratas van a ser sustituidos, progresivamente, por la nueva clase emergente: la Burguesía. El credo ideológico y artístico va cambiando y surge el Positivismo como doctrina predominante, importada de Francia. Un corolario de esa doctrina de progreso y modernidad es que la imaginación y la especulación tienen que ser sustituidas por un conocimiento enraizado en los hechos, en la realidad.
La consecuencia en el Arte de esa forma de pensar, así como de la necesidad de atraer a un nuevo público, ya no aristocrático, es el movimiento que surge en Francia: el Naturalismo, que inspirará directamente el Verismo italiano. Dice Zola, uno de los fundadores del Movimiento, a propósito de su novela Thérèse Raquin, “mi objetivo es científico, sobre todo, … simplemente someto a dos cuerpos vivos a los mismos análisis que un cirujano lleva a cabo con los cadáveres.”
Gracias a las obras de escritores italianos como Giovanni Verga y Luigi Capuana, el Verismo da voz a las vidas de humildes campesinos y trabajadores de las fábricas, víctimas de las presiones sociales y de un entorno hostil. Pero aún más importante es el enfoque: sólo importa lo real, lo tangible, sin manipulación del autor, que debe permanecer invisible, de manera que, como dice Verga, “la obra de arte parecerá que ha sido creada por si misma”.

La crisis de la Ópera Italiana
Los espectadores italianos de la ópera en 1860 no apreciaban grandes diferencias con los de veinte años atrás. Rossini, Bellini y Donizetti no estaban en activo, incluso Bellini y Donizetti habían muerto, pero sus obras seguían representándose, especialmente las de Rossini, y, sobre todo, Verdi estaba en plenitud, continuando la mejor tradición de la Ópera Italiana, y con aportaciones magistrales, como las tres obras de su Período Medio, Rigoletto, La traviata e Il trovatore, a las que ya había añadido, por aquel entonces, Les vêpres siciliennes (1855), Simon Bocanegra (1857) y Un ballo in maschera (1859).
Sin embargo, los éxitos incontestables de Verdi tapaban una realidad: que la Ópera Italiana, como Industria, no se había podido restablecer del golpe económico que significó la Revolución de 1848 y los años que siguieron. A la situación económica delicada se añadía que la Ópera era una diversión soportada principalmente por la aristocracia, que iba desapareciendo y siendo sustituida por la nueva burguesía.
Con la Reunificación las cosas fueron a peor. No había dinero y el nuevo Estado, que había heredado las obligaciones de sus antecesores con respecto a los Teatros, rápidamente se lavó las manos y le pasó la «patata caliente» a las municipalidades («Comunni«) que todavía tenían más penurias económicas. No es de extrañar que en los años 1870’s y 1880’s, cerrasen muchos Teatros, temporal o definitivamente, y que decreciese significativamente el número de representaciones, así como su calidad. No había dinero para decorados ni para buenas orquestas.
Por otra parte, Verdi, que hasta 1862, año en que estrenó La forza del destino, había tenido una producción constante y regular, ralentizó su ritmo, dedicándose cada vez más a sus aficiones de agricultor en su finca de Sant’Agatta junto al Po. Los aficionados italianos tuvieron que esperar hasta casi el fin de la década para que estrenase Don Carlos, una producción en francés para L’Opéra de Paris, y en toda la década de los 70’s solo compondría una ópera, Aida, en 1871.
Para colmo de desdichas, la «insularidad» de la ópera italiana empezó a estar seriamente amenazada. En los años 70’s y 80’s comienza a representarse en la nueva Italia bastante ópera francesa, siendo Carmen de Bizet y algunas obras de Massenet las nuevas estrellas, aunque en las dos décadas anteriores ya había llegado, y triunfado, Mayerbeer y Gounod. Pero no sólo era la presencia creciente de la ópera francesa, sino que toda la cultura francesa, desde los escritos y ensayos de Auguste Comte a las novelas de Émile Zola, impresionaban a los intelectuales y escritores italianos, tanto a los miembros de la Scapigliatura como a los futuros Veristas, así como a los lectores en general.
Mientras tanto, en la ópera de Europa, es decir del Mundo, corrían vientos de Wagnerianismo. La primera representación de Lohengrin en Italia fue en Bolonia, en 1871, nada menos que 21 años después de su estreno en Weimar. Luego le seguirían, en los años siguientes y también en Bolonia, las producciones de Tannhäuser, Rienzi y Der fliegende Holländer. Bolonia era la sede de Giovannina Luca, una editora, apasionada wagneriana, que aprovechó la oportunidad en cuanto Bolonia dejó de pertenecer a los Estados Pontificios. Aunque en Bolonia las obras de Wagner fueron bien recibidas, sin embargo en Milán se encontraron con una oposición cerrada, de forma que el Wagnerianismo fue materia de polémica agria en los siguientes 15 años, al estar divididos los italianos entre los que lo consideraban un ataque a la integridad de la tradición cultural italiana (entre ellos Giulio Riccordi y su Gazzetta musicale di Milano) y los que utilizaban a Wagner como punta de lanza para atacar las convenciones operísticas de su tiempo, muchas de ellas ya bastante calcificadas.
En los años crepusculares de Verdi, es decir a partir de 1871, las únicas nuevas figuras italianas en la Composición son tres músicos italianos y un brasileño, aunque afincado en Italia, Antonio Carlos Gomes, cuya ópera Il Guarany tuvo un gran éxito en La Scala, en 1870. Los tres italianos son Arrigo Boito (que estrenó Mefistofele en 1868), Amilcare Ponchielli, con La Gioconda, estrenada en La Scala en 1876, y Alfredo Catalani, al que dedicaremos una clase en nuestro Curso. Ponchielli es claramente una figura de transición entre Verdi y lo que vendrá con la nueva generación, y Catalani debería ser considerado perteneciente a ella, aunque casi toda su obra, excepto La Wally, pertenece más bien a la transición.
La realidad es que al comienzo de 1890, Verdi tenía 77 años y seguía siendo el más dinámico y creativo de los compositores italianos. El escritor y crítico musical Primo Levi se preguntaba:
«¿dónde está el hombre destinado a continuar, extender o, mejor aún, a refundar la tradición de nuestros mejores compositores, a abrir la ópera italiana al futuro?»
La Giovane Scuola y el Verismo
La primera respuesta a la pregunta de Primo Levi la tendremos el 17 de mayo de 1890 en el Teatro Constanzi de Roma, con Cavalleria Rusticana y Pietro Mascagni. Aunque no debemos olvidar la enorme importancia de la figura de Edoardo Sonzogno (1836-1920), el editor y empresario teatral que va a ser uno de los grandes actores de la renovación del mundo de la Ópera en Italia.
Lo cierto es que había entrado en acción una nueva generación de músicos, que se denominará la Giovane Scuola, porque tienen suficientes elementos estilísticos y vitales en común como para ser considerados un Movimiento o Escuela. Sus principales representantes son Alfredo Catalani (1854-1893), Pietro Mascagni (1863-1919), Giacomo Puccini (1858-1924), Ruggero Leoncavallo (1857-1940), Alberto Franchetti (1860-1942), Umberto Giordano (1867-1948) y Francesco Cilèa (1866-1950). Todos ellos estaban próximos a la treintena en el año 1890 y tres de ellos ya habían debutado en el decenio anterior, aunque aún no habían alcanzado el éxito y ninguno parecía ser «el heredero de Verdi», como se decía en los ambientes musicales de la época.
En 1890, como ya hemos dicho, Mascagni y su Cavalleria se convierten en un éxito inesperado e impresionante. Con él llega lo que se llamará el Verismo, que será una moda imparable en los años siguientes, después del éxito, en 1892, de Paglaicci, de Leoncavallo. Hasta entonces Catalani había sido el más inspirado de todos, pero morirá enseguida, en 1893, víctima de la tuberculosis, contraída en su juventud. Los más jóvenes, Cilèa y Giordano aún no habían comenzado y Alberto Franchetti enseguida demostrará que es el más limitado de todos ellos.
A estos compositores y también a sus continuadores inmediatos, Italo Montemezzi (1875-1952) y Riccardo Zandonai (1883-1944), este último miembro de la Generazione dell’Ottanta, es a quienes dedicamos el Curso. No es correcto calificarlos de Veristas porque su obra es Verista y Postverista, pero también tiene otros elementos estilísticos para acabar, en varios casos, en el Modernismo.
Terminamos este ya muy extenso Post con una traducción libre de unas frases de Alan Mallach, cuyo libro hemos seguido en este Post, como lo haremos a lo largo de todo el Curso:
El término Ópera Verista indudablemente sobrevivirá, no sólo porque ya ha durado más de 100 años, sino porque es una forma directa y concisa de dirigirse a un grupo de compositores y óperas que comparten un sustrato substancial. Tiene suficiente validez para no considerarlo un error, …, pero prefiero usar, en su lugar, el término mucho más neutro de Giovane Scuola
The Autumn of Italian Opera – Alan Mallach – Northeasthern University Press – 2007

Buenos dias Ricardo : Cuánto deseaba empezar de nuevo! Gracias por este programa como siempre, extraordinario. Gracias por tanta riqueza que nos aportas, tan necesaria, pero más aún en esta época tan aciaga que vivimos. Mi eterno reconocimiento. Abrazos. Amalia
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